Fraude académico
¿Qué papel deben jugar las familias y educadores?En la utilización de programas de IAG como ChatGPT es difícil hablar de plagio, ya que se supone que ofrece respuestas únicas, que no forman parte del repertorio o propiedad intelectual de ningún usuario en concreto. Pero podemos hablar sin duda de fraude académico, ya que el alumno/a está presentando un trabajo que realmente no ha realizado él mismo, ni procede de su propia investigación.
Los centros educativos comienzan a utilizar programas que permiten determinar si el texto presentado por el alumno/a ha sido desarrollado con un programa de IA generativa. No obstante, hay que señalar también que estos programas pueden hacer identificaciones erróneas, por lo que debieran utilizarse como herramientas de alerta, para corroborar después si el estudiante ha trabajado realmente sobre los contenidos que ha desarrollado.
Así mismo, aquella parte del alumnado que se familiarice con el uso de programas de IA generativa, irá aprendiendo también diferentes técnicas para crear textos difíciles de identificar como fraude académico. En estos momentos, por ejemplo, ya es posible entrenar a un programa como ChatGPT con tus propios textos, para que aprenda tu propia forma de expresión, haciendo muy difícil saber si el estudiante en cuestión realmente no ha redactado tal texto.
Cada vez más se van a ir imponiendo otro tipo de pruebas y trabajos. En algunos sitios, incluidas universidades, se desarrollan otros conceptos o se vuelve a los trabajos realizados a mano. Presentaciones en el aula e incluso exámenes orales en muchos casos.
EL PAPEL QUE DEBEN JUGAR LAS FAMILIAS Y EDUCADORES
Necesitamos fomentar la responsabilidad y la honestidad académica. Esta honestidad académica se construye en casa. Más allá de regañar por un “copiar y pegar”, deberíamos reflexionar juntos: ¿Por qué importa esforzarse?
En un momento en el que los estudiantes comienzan a utilizar la IA para escribir ensayos, resolver ecuaciones y hacer resúmenes en segundos, la tentación de usar estos atajos no es solo una elección personal. Es un reflejo de una sociedad que premia la inmediatez. Pero detrás de cada clic hay una pregunta que como educadores debemos hacernos: ¿Qué estamos enseñando cuando permitimos que la tecnología suplante el esfuerzo?
Hay trabajos que no tienen mucho sentido, y tareas que simplemente ya han perdido su razón de ser, pero hoy más que nunca necesitamos fomentar el esfuerzo.
La supervisión, en este contexto, no es vigilancia, sino presencia. No se trata de revisar cada línea que escriben, sino de acompañar el proceso: preguntar cómo llegaron a una conclusión, qué cosas les sorprendieron al investigar, qué dudas quedaron sin resolver. Cuando un adolescente comparte sus ideas en voz alta, incluso si no están ordenadas, está construyendo un criterio propio.
La mejor forma de combatir el fraude académico no son los detectores de IA, sino procurar que vean la relación que existe entre lo que se aprende y lo que se vive. El mayor reto que tenemos delante no es enseñar a nuestros hijos a usar la tecnología, sino a valorar lo que ella no puede reemplazar: la curiosidad, la perseverancia, lo que se aprende al equivocarse y volver a empezar.
Los algoritmos pueden condicionar sus vidas, pero nosotros podemos marcar la diferencia con nuestras conversaciones durante la cena, los proyectos que hagamos juntos y el permiso que nos demos para experimentar los fracasos cotidianos.